Feb 26, 2005

derecho de queso

Tú me diste el derecho vitalicio de contarte esto. De dirgirme a tí en tu memoria cada vez que abras una caja redonda de madera. Me llamaste un día, o te llamé yo, qué importa eso, si ya ninguno llama al otro sino tal vez, tal vez de manera telepática, pero por supuesto que no. Acababas de ir al cine a mirar una película que casi logró evangelizarte. Estuviste a punto de ir a meterte a una iglesia, después de la impresión. Tú, quién lo diría. Después hablamos y me lo contaste y me hiciste una promesa el Brie es tuyo. Tuyo para siempre el Brie. Lo sabías, estabas seguro, doctor inacabado, de que esto de nosotros pasaría. Sabías, sabías de sobra -tú sí y yo me aferraba a no saberlo- que un día ya no nos íbamos a llamar más y yo estaría aquí escribiendo de tus cosas y tú estarías allá, deseando vagamente que yo no escribiera jamás de ese episodio vergonzoso. Por eso prometiste. Dijiste que el brí para siempre jamás era yo. Claro, por supuesto. Lo adquirí honrosamente, entre un hombro recién levantado y una taza de café con azúcar. Frente a un lago que amanecía, la pasta lechosa en la comisura que limpiaste con un beso envuelto en la bata de toalla azul. Ah, pero en dónde estábamos. Sí, en el ejercicio de mi derecho vitalicio sobre la memoria del queso y lo relacionado con el brie. Qué tonta sos, estarás pensando como quien le acaricia la cabeza a un perro. Como quien se burla del muchacho emocionado que mueve la cola mientras llama a sus padres desde la gran manzana la primera vez que mira los focos y la locura de times square. Te quejaste de que el queso sabía a algo raro. Como a amonia. Tal vez habías limpiado la cocina mientras el queso afuera. Tal vez, qué raro, qué raro sabor a químico. Entonces no lo sabías ni yo tampoco. Era queso viejo. Es una de las peculiaridades. El brie pasado huele a amonia. Ahora lo sé, ahora entiendo que los recuerdos no se pueden cambiar, pero sí se les puede hacer una anotación y hoy, con todo el derecho que tengo sobre el Brie, coloco una pequeña nota autoadhesiva junto a tu queja del queso que sabe a líquido limpiavidrios y anoto queso viejo sabe a azul en la nariz.

Feb 23, 2005

tu nombre

Lo supe el día que ya no sentí nada.


Pronunciar tu nombre una vez al día en voz alta. Cerrar los ojos. Sentir. Temblar. Recordar.

Hubo un día que pronuncié tu nombre y no pasó nada.

Feb 22, 2005

ventana

El frío se queda ahí, con los muertos. Estoy fumándome un desayuno envuelto en café y humo. Mi ventana da a la calle, pero al cementerio también. En la calle ya no hay nieve. Del otro lado de los ladrillos, donde están los muertos, la nieve sigue. Allá no hay palomas ni muchachas con botas rosas. El frío se ha quedado ahí, blanco, sin moverse. Yo estoy por encima de eso. Lo miro todo. El manto que cubre a los muertos desconocidos. Los árboles sin hojas. Ahí ahí ahí es donde se queda el frío, la muerte.

Feb 21, 2005

iustitia

Un hombre pendejo, ¡qué risa!

Se dice comprometido mientras su mujer no lo hace.

Oh dear.

Todo se paga. Todo.

Maria

Mañana viene María.
María de los ojos azules y el acento extranjero.
Vengo de un país en donde nadie con los ojos azules tendría que ir a limpiar las casas ajenas.

María no es de mi país.

Plato frío

La vengeance, c'est un plat qui se mange froid.

Me parece que estoy lista.

Feb 18, 2005

euzkadi

Cerró los ojos y se concentró en su placer. Los demás no lo entendían. Bebían y hablaban sin poner atención. Tampoco se dieron cuenta de la cantidad de minutos invertidos en cada plato. Cada bocado. El pan primero, con tomate y queso y aceitunas y anchoas. Le dolía un poco la garganta y eso le molestaba. Con delicadeza empujó los restos de queso y aceitunas hacia el pan. El pan. Ese pan casi silvestre de la corteza dura y el interior húmedo y dulce que hacen en la campiña francesa y venden en los mercados del sudoeste los domingos frente a las arcadas o a las iglesias. Los envueltos de jamón serrano rellenos de puré de trufa y coliflor. Un sorbo de vino. Lo sintió en la nariz. El vino tinto es un vasodilator, por eso el calor, esa sensualidad. Era salado, este último de jamón y trufa, pero igualmente exquisito. Se mojó los labios con la lengua y después, con la lentitud de quien siente cada uno de los movimientos de su cuerpo como ajenos descansó el cuchillo sobre la mesa.

Feb 17, 2005

pijamas

En pijamas. Son las tres de la tarde casi. Hace mucho debí bañarme. Sigo en con los pantalones de cuadritos rojos. Sos un huevo, me dijiste alguna vez. Es posible que tengas razón. Tengo tantas ganas de escribirte, de llamar, de decirte. Tengo la esperanza de que una vez que lo haga todo termine de una vez. Para mí no ha terminado. Eso lo sabes bien, estoy segura. Sigo dándole vueltas. Sigo escribiendo y fingiendo y postergando. No puedo hacer nada como me gustaría porque me falta saldar esa cuenta contigo. Muchas veces me pregunto qué pasaría si un café o una reunión o una llamada. Todos los días. It’s sick, I know. Eso fue hace tanto tiempo! Qué hago todavía acá? No lo sé. No lo entiendo. No sé qué me hiciste, afuera de mi casa, lo recuerdo, era de noche. Anoche, por ejemplo, mientras hacía de cenar, pensaba en aquel restaurante tailandés del que ordenaríamos la cena cuando vivías en Chicago. El que tardaba lo suficiente para. Mientras salteaba los champiñones intenté reconocer en esta nueva geografía el resutarante que nos permitiría hacer lo mismo si estuvieras aquí. Después caí en la cuenta de que posiblemente tú ya tengas esos lugares allá. Los que tardan suficiente y te dejan alcanzar a mientras con ella. Con ella. Ella, ella ella. Ellaellaella. También pienso mucho en ella, lo sabes? Lo sabes, lo sabes todo estoy segura, porque has sido muy eficiente en borrarte, en desaparecer. Cuando uno no lo sabe uno sigue haciendo las mismas cosas. Pero poner tanto cuidado en borrarte de mí, de este hoy en pijamas, eso sólo indica que lo sabes. Que me sabes tecleando desesperada en este sillón azul, desperdiciando el sol que entra por la ventana. En fin. Tengo que bañarme. Me dio gusto intentar hablar contigo.

cinco

Ahora no quiere que nos sentemos en la mesa de la vitrina cuando vamos al café de la italiana. Hace unos días todavía reclamaba esa mesa como suya y se apropiaba de los transeúntes componiéndoles historias mientras esperaba que se le enfriara el café. Manías. Otra más.

Feb 13, 2005

paréntesis

Lautriz tomó su correspondencia y se dispuso a dar respuestas. Había un destinatario que reclamaba particularmente. Lautriz suspiró, se preparó otra taza de té. No quería hacerlo, le molestaba, pero ya no podía postergarlo. Entonces escribió sin temblores ni lágrimas. Entonces se encontró a sí misma tecleando oraciones de negativa, heladas, sin emoción. Cuando volvió sobre los renglones se dio cuenta de que había fórmulas comunes ahí. Entonces, sólo entonces, Lautriz sintió un vuelco. Otra vez, de hocico, un hueco. Darse cuenta, estar del otro lado de la indiferencia. Qué horrible. Qué horrible corresponder de esa forma. Lo imaginó entonces, al otrora lector, cuando tomó la hoja blanca y escribió las palabras que ella deseó nunca haber leído. Y fue él por un momento. Se dio cuenta. Eso había sentido él. Ese fastidio, ese numbness, ese no poder interesarse más por el que está del otro lado de las palabras de la negativa. Entonces Lautriz borró todo y tomó el teléfono y se dispuso a hacer las cosas de otra manera.

Feb 12, 2005

Cuatro

Salir y que me diera el aire. Dejar de ser yo, así se siente cuando salgo sola. Cuandono hay con quién hablar, cuando no hay a quién seguir. Detenerme en un café, mirar las vitrinas de las tiendas de antigüedades. Observar la forma en que la nieve se acomoda alrededor de los hidrantes, sonreírle a los nenes en las carreolas con sus grandes ojos y sus madres que no los miran por llevarlos a cualquier parte, a comprar los víveres y a hacer los pagos. Me siento en una banca y miro pasar a la gente. Meto la mano en el bolsillo, para confirmar que las llaves siguen ahí. Es todo lo que necesito, las llaves. Para poder volver cuando yo quiera. Si yo quiero... aunque a veces pienso en caminar y caminar más allá de esas calles en las que casi siempre vuelvo los pasos porque no me atrevo a ir más lejos . Pero tener la opción, tener la llave para volver aunque pretendo que no lo haré. Aunque me quede fuera hasta muy tarde y luego, cuando el frío o la lluvia o el hombre que me ha mirado o las ganas de echarse en lo propio, entonces entonces volver. Estar dentro otra vez, sólo para volver a buscar el pretexto que me lance a la calle.

Feb 10, 2005

Tres

Llegué a encontrar unos garabatos sobre el refrigerador y la ventana felizmente abierta.

"La calle me llama, me arrastra. Tenía ganas de sentir la ciudad bajo mis pies y ahora soy con ella. No te acabes el queso. L"

Y ahora quiero que vuelva.

Feb 9, 2005

Dos

Lucía. No soporta el frío. Ha vuelto a pedirme que cierre la ventana. Después, se pega a ella como si no pudiera salir. Como si no acabara de estar en la calle, perdida de mí hasta el momento en el que se aparece otra vez. Yo tan tranquilo que estaba. Tan tranquilo que estoy leyendo el periódico hasta que Lucía. Es de noche. De noche casi nunca. Es preciso encontrar una forma de despegarla de la ventana. Sugerirle que se compre un suéter, tal vez.

Feb 7, 2005

Capitulo 1

Mi nombre no es Lucía.








Eso debió quedar claro desde el principio. Evitémonos confusiones y establezcamos de una vez que mi nombre no es Lucía.


No es preciso decir cuál es, puede ser cualquiera excepto ése.

Feb 5, 2005

sin función

Es posible que él también se haya avergonzado. No lo sé y no lo mencionó. Igual que tú. Incapaz, pero de otra forma. Me pregunto si seré yo. Si será a causa mía. La primera vez juntos, en ambos casos. La primera vez, imposible, en las dos ocasiones. Ahí se acaban las similitudes. Tú fuiste muy vocal. Me explicaste, te explicaste. Lo hablamos y nos reímos. Me pediste respeto, secrecía, piedad. Te lo di todo mientras hubo reciprocidad. Él no me pidió nada, ni me explicó ni nos reímos ni nada. En silencio, a oscuras. Sin música pero también con frío. Sin poder hablarlo, ni querer hacerlo. Muda frente a su cuerpo desconocido. Cómo hacer. No supe decirle que estaba bien, como a ti. No supe decirle que no importaba, pero no pareció necesitarlo. Más tarde, en la calle mojada (ah, también la calle estaba mojada) me describió lo que yo ya sabía con frialidad, como en automático. Dos eufemismos y la situación fue dicha. Dicha que no nombrada. No lo nombró. Tú sí, pero vamos, eso es lo que tú haces. Me pregunto cómo me afecta esto. Me pregunto qué piensa mi cuerpo enojado. Mi cuerpo no piensa, esa soy yo. Mi cuerpo malgastado, malquerido. Mi cuerpo mal pagao.

Feb 4, 2005

paraguas

Anoche te soñé. Necesitaba el paraguas de regreso. Estaba lloviendo. Te llamé por teléfono sin saber en qué ciudad estabas. dijiste que tú y Mía acababan de regresar del cine. Dijiste Mía. Eso me desconcertó porque el registro que tengo de ella es otro, pero al fin y al cabo, yo no voy a saber más que tú sobre eso. Habían ido a ver dos series de cortos al cine. No me importó. Que fueran o que me lo contaran. Brevemente aparecieron sobre mi frente los dos, abrazados saliendo de la sala de cine. Tengo que devolver el paraguas a su dueña, te dije sacudiendo la visión, es urgente porque está lloviendo. Convenimos en encontrarnos en un estacaionamiento que está una calle más al norte que la casa de tus padres. No sé cómo llegué allá si yo estoy en este país y tú estás todavía más al norte que yo, pero nos encontramos en el lugar indicado, bajo la lluvia. Conducías un auto negro. Yo no, yo iba a pie. Así que nos volvimos a ver. Sacaste de la cajuela un horrible paraguas amarillo con blanco. No sé por qué lo quería de regreso, pero lo tomé. Los cabellos mojados, la ropa brillante de lluvia cubría los cuerpos encogidos sobre sí mismos. Entonces te despediste con la mano y volviste a montarte en tu auto negro que nunca había visto. Abrí el paraguas. Estaba roto. Caminé con él sobre la calle durante un buen rato antes de despertar y darme cuenta de que esta no es la historia que voy a contar. Así no. Esta no.