Jun 27, 2005

bésala

bésala.

bésala mucho y bésala frente a mí, como lo hiciste hoy. te pido un beso, un beso a tu mujer enfrente mío. no hay nada que me haga tan feliz. me regocija. que la beses para mí, porque ¿te das cuenta que besarla así no es para ti ni para ella, sino para mí? para que yo lo atestigue. lo disfruté de veras. bésala fuerte, quiero verlo. bésala por tu vida que se escapa sin remedio. bésala en una instantánea falsa de amor. en un acto de devoción a mí. bésala mientras presido este momento, mientras atestiguo el más grande regalo de tu amor por mí. que beses a tu mujer para mí.

Jun 26, 2005

arrival

Ya llegó. Está en esta ciudad. Nadie me lo ha dicho, pero lo sé.


Ella llegó esta mañana.

Jun 22, 2005

Lautriz calla a la pudorosa mujer de la que escribe. A veces los personajes se quejan y reclaman. A veces les da el pudor y la decencia y el orgullo y se niegan a saberse delatados, expuestos, desnudos para los ojos ajenos. Lautriz ignora las protestas y escribe, lo cuenta. Sabe que una vez que quede contado, las cosas perderán importancia. Una vez que todo haya sido dicho ya no quedará nada. Estará afuera, lejos.

Jun 19, 2005

segunda

tuve dos opciones. una era hermosa e inteligente. la otra también, un poco. una me ama todavía hoy, después de tanto tiempo. una es independiente, la otra quiere tener mis hijos. al final uno no se queda con el temblor, con el amor loco y desaforado. uno se queda con la que no se acostó nunca con el mejor amigo de uno.

Jun 15, 2005

distancia

Los kilómetros que nos separan siguen siendo los mismos. Es más, hasta menos si consideramos que cuando tú te fuiste yo me quedé un rato a llorar la posibilidad antes de convertirme en una ciudad nueva. Geográficamente más cercana a esa donde ahora vives. Sin embargo, por fin he puesto distancia entre tú y yo. Por fin la siento de verdad. Estás lejos. Releo la primera oración y me doy cuenta de que he vuelto a usar la primera persona del plural para referime a ti y a mí. Porque ahora sí has quedado lejos. Se me quitó de pronto la indignación. Ya no me da la gana hacerme la ofendida, la dejada, la esa-que-salió-perdiendo.

tu mujer

Anoche tú y tu mujer se sentaron a mi mesa. Fui cruel. Fui muy cruel. Con ella. Tú no mereciste ni siquiera una mirada de mi parte. Hoy que lo pienso todo parece absurdo, pero anoche tenía sentido. Anoche, cuando tú y ella aparecieron en mi casa y se sentaron a una mesa que yo había preparado, una mesa en la que no estaban invitados. No los corrí. Tampoco les pedí que se fueran. Era de noche en el patio de mi casa, una casa grande y fresca con manteles de colores. Estoy haciendo un esfuerzo por recordar su rostro, su reacción a mis palabras heladas. No lo consigo. Sé que al final se marchó.

Idalia

La llamaremos Idalia a falta de otro nombre más adecuado para una mujer como ella. Es decir, una mujer adulta que estudia medicina y se gana la vida dando masajes. El oficio lo aprendió de su abuela paterna. Así empezó a fijarse en los cuerpos ajenos, a interesarse en "el cuerpo humano" como dicen algunos libros anticuados de los que Idalia lee a veces. Ella intuye que no existe un cuerpo humano, cada uno es una creatura diferente. Criatura diferente, como sea. Sus manos se mueven sobre la espalda de la mujer cansada, adolorida. Es de madrugada, casi, pero Idalia conoce a la mujer desde que su cuerpo era delgado y estaba lleno de energía. La abuela de Idalia era del mismo pueblo que el abuelo de la mujer de la espalda cansada.

Jun 12, 2005

extraño

A veces me pregunto si me extrañas. Te extraño, pero no vas a saberlo. Debería entonces escribir "Lo extraño", si de verdad fuera cierta la intención de que no lo sepas. No quiero que leas esto jamás, pero lo escribo y lo hago dirigiéndome a ti. A ti que estás lejos y que puedes o no estar pensando en mí. Extrañándome. Hoy te extrañé antes de abrir los ojos, cuando me dí cuenta del hueco que había entre las sábanas. Después te extrañé cuando abrí el refrigerador y me preparé un pan con queso. No estás y te extraño.

Jun 11, 2005

cicatriz

Rodilla izquierda, cara exterior. Rodilla izquierda, cara exterior. Memorizarlo, no olvidarlo. Cruzando la acera después del lunar del tobillo derecho. Anoche no pude dormir porque no la encontré. La cicatriz que tienes en la rodilla izquierda. Hoy sé que es en la rodilla izquierda y prometo no olvidarlo jamás. Anoche, cuando me dio sed y se me quitó el sueño. Anoche, cuando ya estabas dormida y no podías darte cuenta de mi angustia. No estaba. La cicatriz que conozco casi desde que existe. La primera vez que nos vimos llevabas una falda que te cubría las rodillas. Llevabas unos zapatos rojos y escandalosos que pasaron a segundo plano una vez que te sentaste. Entonces tu rodilla (ahora sé que es la rodilla izquierda) se asomó, accidentada y dolida. Quise preguntarte pero me detuve. Mi mujer me habría armado una escena cuando estuviéramos a solas de regreso en la que ahora es tu casa. Mi casa que te comparto porque te comparto la vida. No la querías. Decías que había fantasmas, que yo necesitaba estar solo en ella y limpiarla de los recuerdos de ella, la que me impidió que te preguntara sobre la rodilla. Alguien más lo hizo. Esa primera noche, que tan ajena me resultabas, algún otro te preguntó por lo de la rodilla. Jalaste la falda inútilmente y después diste alguna explicación. En algún momento del realto me miraste sin darte cuenta. Yo quería meter el dedo en la herida, asegurarme de que no se cerrara nunca. Anoche pensé que había desaparecido y estuve a punto de echarte de mi casa. De abandonarte para siempre como a ella, mi mujer.

Jun 8, 2005

equivocado

Pensé que eso siempre sería bueno.
Mi cuerpo arrogante y confiado, mi cuerpo repleto, satisfecho.
Pues no. El sexo puede ser malísimo.

Jun 5, 2005

ventana

No había tenido nunca una ventana. Una ventana de verdad, que no diera a techos mojados o a familias de tejas sucias. Me gusta tener una ventana. No, no es la posesión de la ventana. Asomarme. Mirar. Me gustaría que lo supieras, tengo una ventana y soy feliz. Feliz como una mujer en un balcón renacentista. En la proverbial torre de marfil. Me voy dando cuenta de cosas. Hay gente a la que le gusta sentarse en la acera de la iglesia a comer. No hay bancas, ni siquiera es la fachada frontal de la iglesia, pero igual se sientan contra los ladrillos y se comen una manzana, un sandwich, bocaditos de bolsas que desde acá no alcanzo a distinguir. Hay algo que tiene la gente observada. Un encanto delicioso, el no saberse observados. Una belleza exquisita, los vagabundos jalando sus carritos y las mujeres empujando a sus bebés sobre ruedas y las muchachas de hombros al sol con sus faldas largas y sus sandalias de colores. El hombre que vende pulseras, con su puestecito de plásticos fosforecentes. Ellos afuera, viviendo, fumando, muriéndose de a apoquito sobre la acera.

Jun 2, 2005

El Hombre Duplicado

Hoy te descubrí. Hoy llegaron a mí unas palabras que debieron entregarse antes. Que se te olvidó agregar cuando me compartiste ese párrafo ajeno y editado que hablaba sobre las palabras que se usaban para decir Esta boca es mía o Por qué tenemos las bocas juntas. Se te olvidó agregar lo que venía más abajo. Ah, lector olvidadizo, muchacho cobarde, dedos perezosos, ¿por qué no agregaste entonces las líneas esas que anunciaban lo que yo no supe entonces?

"...esta sufridora y paciente María Paz no va a tener derecho ni a la mitad de una palabra, aunque ya haya comprendido casi todo cuanto tenía que comprender, es decir, que su novio, amante, amigo de cama, o como quiera llamársele en estos tiempos de hoy, se prepara para poner pies en polvorosa". (La referencia ya la conoces)

Jun 1, 2005

estetoscopio

Hoy recordé algo. Hace dos meses fuimos a conocer a la bebé de un amigo de un amigo. Fui por la solidaridad de ser extranjeros al mismo tiempo. Por compartir todo lo ajeno simultáneamente. Porque me gustaría que si yo alguna vez tuviera un hijo en esa circunstancia, todas las personas que me conocen en el territorio desconocido estuvieran al pendiente. Pegué la nariz al vidrio que separaba la vida del mundo. Los recién nacidos envueltos e hinchados y rojos. Los ojos cerrados, inmóviles todavía. Entró un hombre sin bata. Pantalones oscuros, camisa de rayas. Era una camisa fina, tal vez lo supe por el reloj que se asomó cuando empezó a arremangarse. Las cosas finas se rodean sólo de cosas finas. Canoso, semi-calvo. Lo miré lavarse con gusto. El gusto era mío. Con una tacañería que tal vez me sorprende ahora. Giddiness quizás sería la palabra en inglés. Se secó sin darse cuenta de que yo lo miraba. Como si mi lado del vidrio fuera invisible para él. Después vino el gesto. Algo que no olvidé. Tomó un bebé con la destreza de una sola mano y con la otra desempeñó el gesto. El pulgar danzó en círculos sobre el metal frío. Fue un gesto pequeño e insignificante, pero me habita desde entonces.