Oct 29, 2005

signs

Maybe it's a sign or something, he says. It's the second time today. It's cold and we're walking along City Hall Park in the darkness. A cab drives by and a woman pops out of the back window and screams at him "Love is in the air!". I don't understand it the first time, I think she and the other woman whose voice I can also hear are trying to pick him up. But then they both repeat it to the top of their lungs and love hits the airwaves loud and clear. I smile. He says again he can't believe it. It's the second time today, in that tone that he uses that melts my hard-polished English into this soggy immigrant version I truly hate. I ignore it and let him ponder the possibility of this being a sign. The first time was earlier today. We were walking towards Washington Square Park, so easy to walk so many parks in a day in this city, I know, and a couple of guys say something. I have to admit I wasn't paying attention, I was busy with the shoes I was wearing with hose for the first time. Bad idea, it just makes my feet slide out of them. Did you hear what those black guys said? Huh? I'm looking at the babies in a stroller, all bundled up, their blue eyes unaware of my shoe nightmare. I can't believe they said that! What? and I look up to him. I like us walking around the city. He is a fast walker. I'm too, but not now. Around him I become a wanderer. Time goes by different. He goes determinately about his business, the train station, a shoe store, the three o'clock reservation for lunch. I slug behind, look at things. We don't hold hands, sweaty palms, fear of commitment, who cares. I like this space between us. This meeting at the crossroads of globalization. This translated relationship, intercultural kisses, whatever. He walks and I wander. I turn at a different corner, look at my feet, everything is different. "Good job man, don't forget to tell her that you love her". Huh?, but this time I'm smiling. Why did they say that? Maybe it is a sign after all.

Oct 26, 2005

otro día

La verdad no recordaba que el lunes era la conferencia. Fui porque Megan me lo recordó. Llamé al hombre que ocupa mis noches y le dije que nos veríamos más tarde. Nos pidieron que nos acomodáramos en silencio en la última fila y fue cuando te ví. Podría reconocer tu espalda grande y cansada en cualquier evento medianamente intelectualoide. Tu suéter negro e inteligente, el corte clásico. Una vez que el viejito del grueso acento mediterráneo terminó la introducción volteaste a mirarme. Volteaste y me miraste. Con la mano que no sostenía tu inseparable palm plateada me dijiste hola y estuve a punto de creer que ibas a pedirme que me acercara, me habías guardado oun lugar junto a tí. en lugar de eso volviste a tomar notas que seguro no tenían mucho qué ver con la conferencia. Eso lo supe a los cinco minutos de que habían comenzado. Is it me, or was that guy really condescential? le susurro a Megan. Oh my God, dice, I'm so sorry there's people like this in my country y nos volvemos a callar. De vez en cuando vuelves a cerciorarte de que todavía estoy aquí. Ha pasado más de una hora y no me he movido. A pesar de que dicen pura tontería, a pesar de que el hombre que me espera con la cena ha llamado dos veces y dos veces he ignorado el vibroteo. Megan acerca sus pecas a mi oído y dice, Would it be totally rude to just leave and do something better with our time? El corazón me da un vuelco, porque eso significa que no voy a verte cuando termine la conferencia. Let's just wait for a pause and then leave. Mientras llega la pausa te mando mensajes telepáticos para que tú también lleves tu aburrimiento al lobby. En silencio tomamos los abrigos y nos ponemos de pie. Volteas a mirarme a pesar de que no hemos hecho ruido y tú ocupas la tercera o cuarta fila. Los ojos se ponen de acuerdo. Las vibraciones funcionaron. Haces un gesto de guardar la palm pero sigues sentados. Salimos. Está lloviendo y tardamos un par de momentos en acomodar bufandas, guardar cuadernos con notas inservibles. Entonces te pones de pie y me miras a través del vidrio. Sonrío ahora abiertamiente mientras Megan sigue quejándose de estos juristas ignorantes de la realidad de los migrantes. Abres la puerta y anuncias They're slaughtering the English language in there y soy feliz. Después llega alguien que te conoce y te acapara. No traje paraguas y Megan se ofrece a compartir el suyo conmigo hasta la estación de West 4th. Suspiro. Esta noche no va a ser. A mí me espera la cena en casa y tú has sido secuestrado por una mujer de pelo mojado y plática incesante. Tal vez otro día.

Oct 25, 2005

Oct 16

Can I tell you I like you? I can. I did. You did also. You and your Brad-Pitt-in-that-movie-with-Harrison-Ford accent said "Yo me gustas tú" and then you smiled. I closed my eyes and felt your chest against my head and tought how much I like you. I don't need you and neither do you, but we are happy together. Last night we argued for the first time. You want us to spend more time in your place. It felt so much like one. I like us to be here, I told you. I like the way you come in and ask who's home like it's a home and then you kiss me and leave your stuff in the place you have claimed for your stuff when you come in during the night and it's raining outside. You throw your head back and make a face and utter something that in your language is probably the equivalent of the Spanish argh. Then I flash you a smile and say sure, next time I'll come over and we are happy again.

Oct 17, 2005

al margen

Hoy, cuando acomodaba mis notas intituladas Lecture. October 7th, 2005 me tropecé con la letra garrapateada de Lautriz, abajito de donde yo había escrito Alan Knight and the approaches to the indigenous question:

Leer E y recorda Alemania y el reloj plateado. Saber que ese no describe un punto cardinal (aunque sería correcto) sino que en realidad quiere decir Satélite, porque ahí es donde vivía P (cuyo verdadero nombre no lleva esa letra más que en el apellido materno) cuando él y tú eran niños. Saber que las fresas las comías frente a la plaza, cruzando la calle de la agencia de autos. Etcétera. Por qué me asomé a donde no debía.

Oct 14, 2005

gis

Llegué un par de minutos tarde para encontrarte ocupando el lugar que usualmente le corresponde al profesor famoso. Estabas en la mitad de algo y quise escabullirme sin molestar. Imposible. El único lugar desocupado era a tu derecha. Es una clase pequeña. Tal vez doce personas que nos congregamos todos los viernes al mediodía en torno a la sabiduría del intelectual que hoy no vino a dar la clase. Hoy eras tú en la cabecera y la única silla disponible era junto a tí. Sin levantar la vista me acomodé en silencio a tu lado. Abandoné el paraguas en cualquier lado y en silencio traté de buscar una hoja y un bolígrafo. Preguntaste algo que me movió a contestar aun antes de terminar de acomodarme. Después me dí cuenta de mi desfachatez. Llegar tarde y además participando. Sonreí. Me dio gusto que el profesor famoso te hubiera pedido que lo suplieras esta mañana. Esto no lo sabes. Tampoco sabes que llegué tarde y despeinada sosteniendo un tarro lleno de cafeína por culpa de otro hombre. Un hombre que no me ha dejado dormir anoche y que ahora que lo recuerdo también me roba una sonrisa. Un hombre que se me ocurre podría botar si tú quisieras. No creo que quieras. No sé qué es eso que tienes que me gusta, que me hace sonreír cuando dices enfáticamente una barbaridad. Llevas todos los argumentos al extremo. Simplificas. Exageras. Y los alumnos se encienden y manotean y se frustran. Yo me río porque te conozco. Estabas diciendo alguna cosa y volteaste brevemente sobre tu hombro derecho, ése que me quedaba más cerca (podía tocarte si hubiera querido...¿y no quise? No, es que habría sido terriblemente inapropiado) y mis ojos reconocieron la búsqueda de tu mirada. Seguiste hablando sin que una pausa delatara que algo te estaba haciendo falta. Yo lo supe porque te entiendo. Bajé la mano hasta mi bolsa grande y pesada y con destreza abrí sin ver el compartimento correcto. Mis dedos descartaron llaves, metrocard y marcatextos. Al fondo, la textura lisa y fría. Lo extraje despacio, anticipando el placer de que supieras que te entiendo. Después titubée medio segundo la mano sobre mi regazo. Cerré los ojos y fingí que respiraba hondo. Explicabas que la identidad nacional y los procesos fundacionales, cuando uno de mis dedos depositó junto a tu libro abierto en el capítulo diez -uno de los mejores capítulos del texto, dijiste hace unos minutos- el pedazo de gis que te hacía falta. No me miraste, ni miraste el gis ni nada de nada. Un thankyou muy underyourbreath y te pusiste de pie y proseguiste la explicación. Como si lo hubieras estado esperando. Como si yo me dedicara a leerte el pensamiento y tú no esperaras nada menos. Me parece que nadie se dio cuenta y entonces me convenzo de que fue un gesto íntimo. No lo pediste, no anunciaste que te faltaba pero yo lo supe. Y te dí lo que necesitabas. Esto no lo vamos a comentar nunca.

Oct 12, 2005

contarte

No voy a molestarte, lo he decidido. Es posible que pienses lo contrario, dados los últimos acontecimientos. Es sólo que se han juntado un par de cosas. Un artículo que leí el otro día. Una canción que me puso emotiva. Hoy por ejemplo, que leí un ensayo que quería compartirte. No quieres que te comparta. No necesitas más telarañas. Y no te las voy a proporcionar, ni a enredar las que ya tienes. Sólo quise contarte.

concierto (draft)

No te voy a molestar, aunque últimamente pudiera parecer que. De pronto las cosas empezaron a aclararse. Intercambiar unas cuantas palabras, pensar un poco. Recordar. Esta vez es diferente. Está oscuro, de repente hay muchas luces de colores. Desaparezco en favor de los sentidos. Ahora entiendo que el abanadono nunca lo fue. Uno deja un día de querer. Un día uno ya no desea. Está bien. No te disculpo la manera de marcharte, pero ahora ya no importa.

Oct 10, 2005

Julia Segovia

Nadie te lo ha dicho, pero ya llegó. Lo sabes. El viento movió de una manera distinta las hojas de la ventana esta mañana cuando te despertaste y él ya no estaba. Te preparaste para que no regresara ni aunque fuera muy tarde, el trabajo y esas cosas, qué pena que demoré tanto, suele decir cuando se tarda en llegar y tú sabes que no es esta noche cuando no vuelva. Hasta hoy. Ayer en la cocina te diste cuenta de que algo sucedía. Una hilera negra movediza se adueñó de las esquinas aledañas a los gabinetes de la cocina. Te estremeciste. Hormigas, dijiste al tiempo que tomabas un paño húmedo y las alejabas de ahí junto con el presentimiento. Después fuiste a la calle a comprar veneno para acabar con la plaga. No te pusiste zapatos ni te bañaste. Con la misma ropa con la que lo despediste a él después del café y el tercer beso cansado pero obligatorio fuiste al supermercado. Nunca supiste por qué tres besos, pero así era. Antes de marcharse, siempre te obsequiaba tres besos. Algunas veces de corrido, sobre todo en los últimos tiempos, pero escrupulosamente tres. Los primeros años era un ritual. Un beso con el café antes incluso de abrir los ojos. Beso número dos después de la ducha, todavía desnudo. Entre el periódico y el reloj en la muñeca te regalaba el número tres. A veces se devolvía de la calle porque había olvidado el tercero. Nunca lo reclamaste porque Manuel siempre respetó supersticioso la oscura regla de los tres besos. Tú lo sabes, es una regla ajena que has disfrutado sin merecerlo. Ahora casi siempre dos de los tres besos son en el vientre. Ya no son para ti. A veces te preguntas si alguna vez han sido tuyos, pero no lo dices. Claro tonta, contestaría con esa sonrisa que cada vez te tranquiliza menos. El empleado de la caja registradora mira el paquete solitario del veneno para hormigas y después tu vientre que ya no deja la menor duda. Tenga cuidado con esto, te advierte luego de que has pagado. No te molestas en contestarle. Sales y hace calor. Súbitamente te das cuenta. No son sólo las hormigas. Este año no hubo primavera. Este año después de toda la nieve de pronto la ciudad se ha vuelto una invernadero de vidrios relucientes. Todo es tan limpio, tan como siempre, pero el calor. El maldito calor que entorpece tu cuerpo abotargado. ¿Quién eres Julia Segovia? ¿Qué haces en esta ciudad de gente inteligente? Nada. Eres una efe dos, eso es lo que eres. En alguna ocasión fuiste otra, pero hoy ya no. Tu estatus en este país está determinado por tu condición de cónyuge. Esposa-maleta, acompañante académica, menaje de casa. Venías a consultar los libros que te permitirían, ahora sí, escribir tu tesis. Tantos dólares que te habían dado los de la fundación esa y ahora mírate. ¿Te acuerdas cuánto te ofendió cuando el examinador te preguntó que si tenías una pareja? ¿Si pensabas casarte? Lo miraste duro y frío detrás de los lentes y le preguntaste que si a los candidatos varones les preguntaban la misma cosa al evaluar el riesgo de la inversión. Mírate, mírate ahora. No hace tanto de eso, todavía, algunos libros en la maleta, algún suéter que no alcanzaste a usar. Esa no es manera de recibir a nadie en el mundo. Una efe dos sobrecalificada. Claro, tú no eres como las otras efe doses con las que te reúnes cada semana a almorzar. Las esposas de los que tienen visa f-1 de estudiante. Las porañadidura. Esas muchachas que se casaron a la carrera porque si no no se las iban a traer a los Estados Unidos a acompañar a los esposos estudiantes. Viviendo una luna de miel prolongada, una vida de mentiritas. Todo era un mientras para ellas. Mientras la tesis, el título, la visa definitiva, la oferta de trabajo. Tú no eres así.

Oct 9, 2005

conversación

Levantar el teléfono y reírse un poco. Un impulso alcoholizado proveniente sabediosdedónde. Nada de solemnidades ni grandes pláticas. Nada de reclamos (me parece). Decir hola, ¿te conté el chiste de? Que digan "el otro día leí un artículo que". Las teclas no temblaron, ni las voces. Una lluvia ligera y tu risa de aguacero sobre el cemento. Cerrar los ojos y resguardarse de la fiesta ajena bajo la imagen de una pantalla y una botella y un liacho de palabras sin escribir. Encontrar esa esquinita amable de los que son como extraterrestres y sentienden.

Oct 7, 2005

atorado

Esta mañana desperté con una opresión en el pecho. Un orgasmo atorado en la garganta.

Oct 6, 2005

antropólogo

Hoy el antropólogo casi se sentó a mi lado. Casi. nos separa una asiento vacío a mi derecha. Desde hace dos meses se sentaba del otro lado del auditorio excepto hoy. Carajo y yo que necsito poner atención. Tiene algo de Guillermo que no es precisamente el físico. ¿Cómo saberlo si no hemos cruzado palabra? Se ha dejado la barba; no la tenía la semana pasada. Su corporeidad (¿corporalidad?) tan cercana. Esa manera impaciente de guardar silencio que me hace desear quererlo locamente. Mudarme con él a Brooklyn (seguro vive en Brooklyn) a leer y a fumar y a mirarle todo el día las pupilas ¿azules? a través de los lentes. Respira fuerte y me sugiere. Ojalá estuviéramos solos. Y estamos. Los demás escriben, toman notas, preguntan, asienten. Él no ha escrito nada, yo sólo esto. Este decirnos que estamos solos. Yo con mi blusa de flores azules, es que C dijo que era la cosa más linda del mundo. Él, acariciando la paleta del asiento que nos separa con la palma de la mano que no me toca. La mano que estoy esperando que salve los veinticinco centímetros que nos separan y me toque. ¿Se puede desear tanto o es sólo que la clase es tan aburrida en esta noche triste de martes?

Oct 5, 2005

tres

Salió a la calle con el cuerpo satisfecho. Suspiró sobre la acera vacía y húmeda y se encaminó a su casa. Serían tal vez ocho minutos si no se detenía a mirar las boberías que había en la ciudad dormida. Los escaparates silenciosos, las ventanas ciegas, los patrones del cemento en la banqueta. A veces hacía eso. Miraba la forma en que las sandalias recorrían los pasos que la separaban de una cama limpia. Esta noche la separaban de una ducha tibia, de unas cuantas horas de sueño antes de que hubiera que comenzar el día de nuevo. Suspiró otra vez. Su cuerpo estaba satisfecho. Se estremeció un poco cuando se dio cuenta. Miró arriba, atrás. Pocas veces lo hacía. Contó los pisos. Seis. Y hasta arriba, la azotea con el colchón y la velita solitaria y la funda de dormir y las almohadas prehistóricas y el hombre que no había bajado a despedirla. Asomarse así, desde la orillita del gozo (desde la orillita, porque al final no había podido sumergirse) a la ciudad. Los edificios mudos, los vecinos indiferentes. Retomó la calle. Iban a ser las tres de la mañana y pensó ahora en él, en él y en la última semana. La multiplicidad de cuerpos. Los besos aquí y allá. Las azoteas y las camas ajenas. Tres hombres por uno. Tres cuerpos por uno. Así de jodidos estaban los términos de intercambio.