Jun 1, 2005

estetoscopio

Hoy recordé algo. Hace dos meses fuimos a conocer a la bebé de un amigo de un amigo. Fui por la solidaridad de ser extranjeros al mismo tiempo. Por compartir todo lo ajeno simultáneamente. Porque me gustaría que si yo alguna vez tuviera un hijo en esa circunstancia, todas las personas que me conocen en el territorio desconocido estuvieran al pendiente. Pegué la nariz al vidrio que separaba la vida del mundo. Los recién nacidos envueltos e hinchados y rojos. Los ojos cerrados, inmóviles todavía. Entró un hombre sin bata. Pantalones oscuros, camisa de rayas. Era una camisa fina, tal vez lo supe por el reloj que se asomó cuando empezó a arremangarse. Las cosas finas se rodean sólo de cosas finas. Canoso, semi-calvo. Lo miré lavarse con gusto. El gusto era mío. Con una tacañería que tal vez me sorprende ahora. Giddiness quizás sería la palabra en inglés. Se secó sin darse cuenta de que yo lo miraba. Como si mi lado del vidrio fuera invisible para él. Después vino el gesto. Algo que no olvidé. Tomó un bebé con la destreza de una sola mano y con la otra desempeñó el gesto. El pulgar danzó en círculos sobre el metal frío. Fue un gesto pequeño e insignificante, pero me habita desde entonces.