Jun 5, 2005

ventana

No había tenido nunca una ventana. Una ventana de verdad, que no diera a techos mojados o a familias de tejas sucias. Me gusta tener una ventana. No, no es la posesión de la ventana. Asomarme. Mirar. Me gustaría que lo supieras, tengo una ventana y soy feliz. Feliz como una mujer en un balcón renacentista. En la proverbial torre de marfil. Me voy dando cuenta de cosas. Hay gente a la que le gusta sentarse en la acera de la iglesia a comer. No hay bancas, ni siquiera es la fachada frontal de la iglesia, pero igual se sientan contra los ladrillos y se comen una manzana, un sandwich, bocaditos de bolsas que desde acá no alcanzo a distinguir. Hay algo que tiene la gente observada. Un encanto delicioso, el no saberse observados. Una belleza exquisita, los vagabundos jalando sus carritos y las mujeres empujando a sus bebés sobre ruedas y las muchachas de hombros al sol con sus faldas largas y sus sandalias de colores. El hombre que vende pulseras, con su puestecito de plásticos fosforecentes. Ellos afuera, viviendo, fumando, muriéndose de a apoquito sobre la acera.