Oct 6, 2005

antropólogo

Hoy el antropólogo casi se sentó a mi lado. Casi. nos separa una asiento vacío a mi derecha. Desde hace dos meses se sentaba del otro lado del auditorio excepto hoy. Carajo y yo que necsito poner atención. Tiene algo de Guillermo que no es precisamente el físico. ¿Cómo saberlo si no hemos cruzado palabra? Se ha dejado la barba; no la tenía la semana pasada. Su corporeidad (¿corporalidad?) tan cercana. Esa manera impaciente de guardar silencio que me hace desear quererlo locamente. Mudarme con él a Brooklyn (seguro vive en Brooklyn) a leer y a fumar y a mirarle todo el día las pupilas ¿azules? a través de los lentes. Respira fuerte y me sugiere. Ojalá estuviéramos solos. Y estamos. Los demás escriben, toman notas, preguntan, asienten. Él no ha escrito nada, yo sólo esto. Este decirnos que estamos solos. Yo con mi blusa de flores azules, es que C dijo que era la cosa más linda del mundo. Él, acariciando la paleta del asiento que nos separa con la palma de la mano que no me toca. La mano que estoy esperando que salve los veinticinco centímetros que nos separan y me toque. ¿Se puede desear tanto o es sólo que la clase es tan aburrida en esta noche triste de martes?