Oct 14, 2005

gis

Llegué un par de minutos tarde para encontrarte ocupando el lugar que usualmente le corresponde al profesor famoso. Estabas en la mitad de algo y quise escabullirme sin molestar. Imposible. El único lugar desocupado era a tu derecha. Es una clase pequeña. Tal vez doce personas que nos congregamos todos los viernes al mediodía en torno a la sabiduría del intelectual que hoy no vino a dar la clase. Hoy eras tú en la cabecera y la única silla disponible era junto a tí. Sin levantar la vista me acomodé en silencio a tu lado. Abandoné el paraguas en cualquier lado y en silencio traté de buscar una hoja y un bolígrafo. Preguntaste algo que me movió a contestar aun antes de terminar de acomodarme. Después me dí cuenta de mi desfachatez. Llegar tarde y además participando. Sonreí. Me dio gusto que el profesor famoso te hubiera pedido que lo suplieras esta mañana. Esto no lo sabes. Tampoco sabes que llegué tarde y despeinada sosteniendo un tarro lleno de cafeína por culpa de otro hombre. Un hombre que no me ha dejado dormir anoche y que ahora que lo recuerdo también me roba una sonrisa. Un hombre que se me ocurre podría botar si tú quisieras. No creo que quieras. No sé qué es eso que tienes que me gusta, que me hace sonreír cuando dices enfáticamente una barbaridad. Llevas todos los argumentos al extremo. Simplificas. Exageras. Y los alumnos se encienden y manotean y se frustran. Yo me río porque te conozco. Estabas diciendo alguna cosa y volteaste brevemente sobre tu hombro derecho, ése que me quedaba más cerca (podía tocarte si hubiera querido...¿y no quise? No, es que habría sido terriblemente inapropiado) y mis ojos reconocieron la búsqueda de tu mirada. Seguiste hablando sin que una pausa delatara que algo te estaba haciendo falta. Yo lo supe porque te entiendo. Bajé la mano hasta mi bolsa grande y pesada y con destreza abrí sin ver el compartimento correcto. Mis dedos descartaron llaves, metrocard y marcatextos. Al fondo, la textura lisa y fría. Lo extraje despacio, anticipando el placer de que supieras que te entiendo. Después titubée medio segundo la mano sobre mi regazo. Cerré los ojos y fingí que respiraba hondo. Explicabas que la identidad nacional y los procesos fundacionales, cuando uno de mis dedos depositó junto a tu libro abierto en el capítulo diez -uno de los mejores capítulos del texto, dijiste hace unos minutos- el pedazo de gis que te hacía falta. No me miraste, ni miraste el gis ni nada de nada. Un thankyou muy underyourbreath y te pusiste de pie y proseguiste la explicación. Como si lo hubieras estado esperando. Como si yo me dedicara a leerte el pensamiento y tú no esperaras nada menos. Me parece que nadie se dio cuenta y entonces me convenzo de que fue un gesto íntimo. No lo pediste, no anunciaste que te faltaba pero yo lo supe. Y te dí lo que necesitabas. Esto no lo vamos a comentar nunca.