Mar 12, 2005

flexeril y olvido

Sé que es necesario escribirlo, porque es la única manera de librarme. De librarnos de esto. Este mounstro que nos habita desde hace muchos meses. ¿A mí y a cuántas más? Lo pienso todos los días. Todos los días hago planes de sentarme frente a la computadora y escribirlo todo de una vez. Sé que no habrá otra manera de hacerlo. Todos los días hago planes, me visualizo frente a la pantalla, a veces me pongo una copa de vino a un lado, a veces la botella entera. A veces elijo cuidadosamente la música que deberé escuchar mientras exorcizo por fin a este fantasma. Hoy por alguna razón estoy escribiendo y no hay vino ni música. Sólo silencio y dolor. Tampoco habrá vino, pero sí una pastilla para el dolor, tal vez. La espalda y el cuello me están matando, debo tomar la miniatura ésa en forma de pentágono mal hecho. Relajante muscular. Un excelente relajante muscular. Esa frase se la escuché a él, cuando me contó del intento de suicidio, cuando me lo dijo de un jalón, en ese monótono sonsonete que podía adquiría su voz cuando explicaba algo que tal vez le dolía. Cuando actuaba como si algo le doliera. Estaba hablando del valium , de cuando aquella mujer se tomó un paquete entero justo antes de entrar a la ducha, de cómo él lo había dejado a su alcance sin querer, después de tomarlo para curarse los golpes del choque. Se cansó de llorar y se encerró en el baño. Después de haberle gritado durante horas, como yo nunca lo hice. En sus brazos escuché la historia y fue como si ella estuviera otra vez ahí, como conjurada por el recuerdo, enjaulada en esa relación, en esa casa, en esas palabras que tal vez mentían y la dibujaban frente a nuestros cuerpos desnudos. La puerta cancelada con llave para impedirle saliera a esas horas de la madrugada y cometiera una tontería. Ella, de pie enarbolando dedos e improperios mientras él impasible la escuchaba repiténdose para adentro que todo terminaría pronto, que pronto tendría sueño, que la ciclotimia permitiría que se callara pronto y que entonces vendría la calma, el llanto, el silencio. Tal vez debí gritarle alguna vez, y entonces yo también sería feliz como ella. Entonces yo también podría ser feliz con otro hombre en otro país, como ella. Pero soy incapaz de matarme. Tal vez sí voy a tomar un excelente relajante muscular ahora, para calmar el dolor del cuerpo y quedarme con este otro dolor que desde hoy vivirá en la pantalla. Mierda. Todavía no sé si seré capaz de completar la historia en esta ocasión. Soy muy cobarde. Jamás podría intentar quitarme la vida como ella. Aunque tal vez es lo que he ido haciendo, de a poquito. Despojándome de la vida que me queda y regalándosela al recuerdo de este amor mal pagado. No voy a llorar. Ya no puedo. Recordar tanto durante tanto tiempo atrofia la capacidad de sentir. Aliena. Uno puede empeñarse en reproducir la misma melodía maravillosa tantas veces que acaba por rayarla, por gastara hasta que se convierte en un sonido ajeno y desagradable. La canción favorita se vuelve cansada, se gasta. Así he hecho con todo lo que sucedió con él. Lo he revivido tantas veces, de tantas maneras. Hasta que poco a poco he dejado de vivir en el mundo de afuera para quedarme atrapada en este mundo de recuerdos que hoy ya no me producen nada. Al principio me ayudaban a sentir, a revivir. Ahora estoy sola, el mundo de afuera sólo me servía de pretexto para seguir encerrada en una vida que ya no existe. Que no existió jamás. Ver una bufanda pasar y encontrarla idéntica a la que él quería poner sobre mi cuerpo desnudo para después atraerme hacia él con ella. Hace frío. En el mundo pero también aquí, en este vacío. Siempre quise que esta escritura de él, que este desalojo fuera perfecto. Ajustar cuentas con la realidad y volverlo todo palabra vengativa. Quería que fuera un plato frío. Hasta lo escribí con letras claras en el cuaderno rojo que compramos en el viaje del invierno pasado. En misión suicida leí el inicio de mi venganza literaria ante un montón de desconocidos. Con la voz temblorosa y los ojos aguados. Que lo que tenía ahí era el inicio de una novela, opinó el experto con certeza. Lo que no era seguro era que yo estuviera lista emocionalmente para completar la tarea de esa novela. Tal vez después de que escriba esto lo estaré. Tal vez uno nunca está listo emocionalmente para contar la historia de la historia que no sucedió. Entiendo que no sucedió. Entiendo ahora que todo fue mentira y que lo que sucedió fue sólo el ensayo de una representación mal hecha que ha sido desechada antes de poder actuarse. El teatro. Cómo le gustaba el teatro. Puedo decir cómo le gusta el teatro, y sin embargo elijo decir cómo le gustaba. Es importante elegir con cuidado las palabras. Esas perras negras. Hablo de él y no hay pasión, es todo frío. Me la quitó, la poesía. Me gustaría mucho que este texto estuviera lleno de poesía, pero es imposible, porque yo misma la desposeo. Me desposeo de esta sinpoesía para ver si puedo alojar de nuevo a la poesía. Sé que yo estaba llena de poesía. Esa mujer que yo era, esa mujer que deseo que todavía viva en algún rincón al final de estas palabras. Eso busco, me busco debajo de las palabras que me sobran y que me llevan al recuerdo. Quiero llorar, he mirado la lámpara roja y me han entrado unas ganas estúpidas de llorar. ¿Por qué nunca te lo dije? ¿Por qué nunca he tenido el valor para tomar el teléfono y demandar una explicación? ¿Por qué hacerlo todo fácil para tu partida? Tal vez por proteger tu cobardía. No sé lo que digo. Escribo y escribo y escribo y no encuentro qué ni a dónde. Quiero volver a construirte con las palabras, íntegro y verdadero para que dejes de existir en mí y yo pueda largarme a vivir la vida de una ciudad nueva. Quiero dejar de ser esta ciudad abandonada. Esta ciudad marchita que es imposible que yo sea, pero que aquí sigo, con mis ruinas y mis ventanas que no dan a ninguna parte, y los terrenos baldíos y la calle sin expresión. No voy a retocar los monumentos, ni tampoco a destruirlos. Voy a mudarme a otra ciudad. A erigir la ciudad que voy a ser una vez que encuentre la salida de esta que me aprisiona. Por lo menos regresar a la ciudad de mi niñez. Uno puede llegar a perder un montón de vida si no se da cuenta. ¿Cuánta vida he perdido ya? Cuántas carcajadas, cuántos besos, cuántos soles? Cuántas mañanas desperdiciadas en la cama deseando que seamos dos, sintiéndome mitad. No sé cómo empezar. Tal vez de la manera en la que empecé aquel texto para que el que me juzgaron incompetente. La venganza es un plato que se come frío. Te gustaban mis choices of words. Sé que eso lo extrañas, porque de esto no hay en otra parte. Lo sé y lloro porque no puedo regalártelas más. Estas son las últimas y no son para tí siquiera. Son las palabras que habrán de comprarme la libertad. El botecito anaranjado lleno de pentágonos me llama. Si de verdad quisiera hacerlo, acudir a la seducción de la sobredosis, entonces tendría que tomar algo para no vomitar. Hasta las instrucciones me diste. Igual que las palabras del amor, me regalaste las de la muerte. Suicidarse de verdad. Si quisieras, tendrías que saber mezclar. Palabras. Con los ojos cerrados y la espalda en llamas las tecleo, las voy obligando a que pueblen esta hoja que me resulta insuficiente. Qué delicia el silencio, la soledad de saberme aislada de todo y de todos mientras encuentro la forma de volver a reconectarme con el mundo. Conmigo. Yo no soy esta mujer triste. Yo no soy esta mujer enferma. Estoy enferma desde hace tiempo. Tal vez el subconsciente aspira a que vuelvas a curarme, aunque todos escuchamos a la conciencia que promete no aceptarte cuando vuelvas, si es que volvieras. Sabemos que eso es improbable, así que me dedico a teclear. Me queda una hora de batería para seguir escribiendo. Me queda tal vez el mismo tiempo antes de que la tabletita anaranjada empiece a surtir efecto y el sueño impida que termine mi tarea. Este afán de desprenderme de ti Rigoberto, Lorenzo, lector, doctor. Oliveira. Holiveira. Ohlivera. Oh libera. Libera-rme. Es ridículo, todo esto es ridículo de verdad. Voy a tener que escribirlo. Soy terriblemente infeliz. También soy una estúpida. Tantas cosas buenas que hay afuera y yo pensando sólo en las que no hay. Extrañándolas como si alguna vez hubieran existido. Cuántas veces he sentido que me vuelvo loca, que poco a poco voy perdiendo la cordura. Deseando pesadillas, fabricando enfermedades, encontrando siempre la excusa perfecta. Tejiendo y destejiendo con la secreta esperanza de que todo regrese a la forma esa feliz que yo sé que no es cierta. Verdaderamente estoy loca. Escucho todo el día voces y cosas y....Me parece que al fin lo logro.