Mar 15, 2005

academia

Nunca me enamoré de un profesor. Si escribiera "nunca antes me enamoré de un profesor" estaría admitiendo esto que ahora es una barbaridad. Me imagino que así nacen las historias, las novelas. Sin vivirlas, adivinándolas. Hasta ahora, mis novelas que no lo son han sucedido luego de que yo me atormente adivinándoles las cosas que no van a suceder. Qué tonta. Re tonta, ché. Pero nunca me enamoré de un profesor. Aquí habría que insertar una explicación (todos mis profesores me parecieron siempre feos, o alguna cosa) o un límite temporal (hasta esa primavera tardía del año que me fui a vivir a la ciudad esa). Tampoco lo haré. Hay un hombre con un montón de palabras. Un hombre que me ocupa todo el día en lecturas que igual me aburren que me interesan. Un hombre que de pronto dice una barbaridad para que el enjambre de sudamericanas y gringas que quieren ser sudamericanas se alborote. Entonces se ríe de lado mientras todas aletean y protestan y se enojan porque Menem y el peronismo y este tipo qué se cree que viene a decir eso con tanta desfachatez. Yo me callo y escribo y escucho. Hasta que lo hace. Siempre lo hace. La excepción a la generalización, claro está, es...Y se queda mirando y las abejas sudamericanas hacen bbbzzzzzz mientras revolotean en su biblioteca mental todos esos volúmenes que yo no he leído. Entonces la que lo sabe porque no lo leyó pero porque de allá viene dice presente y se distrae de sus garabatos de colores y nombra a su patria. El hombre sonríe satisfecho y empieza su explicación al tiempo que el enjambre anota furiosamente el nombre de ese gigante que no conocen que ha venido a estropearles el juego. A veces mi país no cabe en la excepción y entonces se busca un nombre histórico que finge haber olvidado para que, desde el otro lado de la mesa, mis labios entreguen el nombre del prócer o del político contemporáneo. Provocador. Yo he estado en su lugar, pero más abajo y me río por dentro. Las dinámicas de grupo y la pedagogía del que aprendió a fuerzas de ser alumno tantas veces, durante tanto tiempo. Pues resulta que este hombre, este hombre que también es un profesor, un profesor mío, y yo que nunca me enamoré de un profesor. Arrogante y todo, tiene palabras. Además tiene ciudades. Tiene una ciudad que es mía. Una ciudad que fue mía brevemente pero que se repite una y otra vez en todas partes. Él también vivió frente al lago y le gustan los domingos y las promesas vacías y las mujeres fugaces. Nos hablamos en inglés, un par de brutos. Iba a la ciudad y a otra cosa. Qué hago aquí, ya recuerdo. Entonces no me fijé, pero me doy cuenta. Quise decírselo todo. Explicarle que Nueva York y la escuela, un pretexto de un texto inconcluso. No se lo tuve que decir. Bajé los ojos, los posé en otro lado y balbucée algo sobre las decisiones personales. Personal choice le dije. Se calló la boca y tartamudeó un poco y basta. Me parece que lo supo, creo que entendió. Nunca me enamoré de un profesor