Oct 24, 2004

A mis espaldas

Es de noche en este pequeño espacio que recién habitamos tú y yo y está haciendo frío. No sé para qué te escribo si ahora puedo decirte tantas cosas, si ahora te tengo entre mis brazos. Te escribo porque te quedaste dormida hace unos minutos y yo me puse a susurrar en tu oído - me gustan tus orejas, ¿te lo he dicho ya? sí, te lo dije en el aeropuerto, y también me gusta tu pescuezo- esto que ahora quiero escribir para que no se me olvide. Dudé mucho en este momento, dudé que fuéramos por fin a encontrarnos, que yo sería capaz de traerte aquí a este pedazo de vida que me he construido en el exilio. Salí huyendo a refugiarme en este edficio detrás de esta pantalla, de este lado de la ventana que mira a un lago monumental y que empieza a congelarse. Después encontré una razón para querer volver. Te encontré hecha las palabras que yo necesitaba y quise volver y supe que sería difícil. Me acobardé muchas veces, pero aquí estás. Me encuentro por eso insomne frente al teclado, porque me acabo de dar cuenta. Yo tan tranquilo que estaba aprendiendo a ser uno y saliste tú quién sabe de dónde y me pusiste así, me obligaste a ser contigo. ¿Cómo le haces para que tu cuerpo te haga caso? El mío me está dando mucha lata justo ahora. No me deja en paz, quiere ponerte atención. Él no entiende que tú te has quedado dormida. Hace un momento, mientras platicábamos en la oscuridad, mientras tú te acomodabas en el hueco de mi brazo, mi cuerpo empezó a ponerte atención. Tu mano derecha se apoyó sobre mi muslo izquierdo y empezó a moverse con la cadencia de mi voz que te explicaba una cosa absurda que me preguntaste, de esas que te gusta saber nadamás por el puro gusto de saber otra cosa inútil. Empecé a dibujar figuras en el silencio que imitaban las formas que trazabas sobre mi piel desnuda. Entonces mi cuerpo, este mismo que ahora he cubierto con una bata azul que huele a ti, empezó a ponerle atención a tu mano que abandonaba el muslo y se paseaba con libertad y desenfado por otros rincones. Ahora mismo, mi cuerpo lechoso se rebela y les manda a los dedos que dejen de teclear y que vayamos todos a tu encuentro. Pero estás dormida. De pronto empezaste a respirar más fuerte. Te llamé dos veces y no me contestaste. Levanté el codo derecho para confirmar tu rostro dormido. Cómo eres, cabrona del mal. Vienes y revoloteas todo y luego te quedas dormida. Pero no es de reclamos de lo que he venido a hablarte. Esos los dejaré para mañana, cuando te despierte con un café azucarado y un pedazo de pan con mermelada y queso y te diga que me dejaste con las ganas. Entonces vas a mirarme con los ojos pequeños de sueño y vas a reírte sin abrir la boca y vas a tallarte muchas veces la cara porque todavía no crees que estás aquí. Hoy lo que quiero que sepas es que me he dado cuenta de que no he hecho nada para que estés aquí. Has venido tú sola, has acudido al llamado de mi soledad pensando que aquí podríamos combatirla. No se va a poder y no sé cómo decírtelo. Es esta tristeza crónica que se asoma cuando no debe y me informa que no eres tú. No vas a ser tú queridísima Laura y ya no sé qué hacer contigo. Mi cuerpo no se calla, él sí sabe lo que quiere hacer contigo y con tu cuerpo y posiblemente lo hagamos.

Pobrecita, soy un canalla.