May 13, 2005

creyente

Anoche soñé contigo por primera vez. Te llevaba a conocer a mis padres. Íbamos en auto por la calle de mi adolescencia a oscuras. Nos bajamos y te dije, aquí es. Me miraste y estabas contento. Tomaste mi mano y te miré sorprendida ¿entonces va a ser oficial? No dijiste nada, sólo me volviste a tomar la mano, como para asegurarme que la incertidumbre era real. Entramos por la puerta del negocio y saludé al empleado de toda la vida con la sonrisa de quien conoce una buena noticia. Tu mamá está arriba, dijo, y corrí llevándote detrás mío como un papalote. No teníamos maletas. Qué irá a decir mi padre, pero no te lo dije. Mi mamá estaba inclinada sobre un montón de papeles absurdos, qué bueno que llegaron, nos dijo sin levantar la vista más de un segundo. Éste es David, dije y enseñé la mano que todavía sostenías. Van a tener que cooperar con alguna de mis causas de esta semana, dijo mi madre. Empecé a protestar, estamos de visita, no empieces, qué barbaridad y me cortaste la frase con un beso. Pusiste un brazo alrededor de la cintura y tomaste un par de boletos para la ópera. Tranquila -a mí-. ¿Qué tan noble es esta causa? ¿Cuántos niños comen cuánto tiempo con este par de boletos? -a mi madre-. Seductor, le encantaste en seguida. Hablaste de tu padre, de las creencias de tu padre. Es posible que citaras un par de versículos. Yo te miraba como si fuera la primera vez. Era la primera vez. Quisiste comer algo. Tramposo, tú no eres creyente, pero a mi madre le encantó la posibilidad de que regresaras a tus raíces, jugaste bien esa carta. Me miraste como deben mirar los hombres que están enamorados para que una se enamore para siempre jamás, aunque luego se despierten y se den cuenta de que es imposible.