May 5, 2005

...

Tal vez, en lugar de prolongar esta conversación entre mi ira y tu indiferencia, este diálogo inútil entre tu abandono y mi persistencia deberíamos de llamarnos por teléfono. Para dejar de forzar al teclado y seguir contaminando esta pantalla. Tal vez debería de marcar tu número, ¿qué número tienes? y decirte un par de cosas. Estaba pensando en los moretones ahora que me he conseguido unos nuevos. En esos de mayo pasado. Tú también tuviste miedo. Dijiste, fue hermoso y tuve miedo. Yo también tuve miedo. Éramos uno, de cabeza. Un mounstro con dos cabezas colgando al inifinito. Suspendidos en la boca de la noche, con los dientes sujetaste un pedazo de carne para que no saliera disparada a la nada. Entonces nos miramos tan de cerca que yo no supe si tu rostro era el mío. Nos reconocimos en el espejo del deseo, temblando, asomados en el abismo del gozo del otro, que sólo era uno. Ese día supe que no podría ser nunca más la misma. Que nunca más habría de pertenecer a otro cuerpo, a otra mordida desesperada de la vida. Fue como si me hubiera quedado ahí. Como si de mi brazo hubieras desprendido el único pedazo de mí que me falta y que me impide seguir viviendo. No puedo decir que esto sea vivir. Un año carajo. Un año desde esa noche, tal vez fuera la tarde, no lo sé. Recuerdo todo tan claramente excepto la luz. Era poca, pero no podría decir que fuera de noche. Posiblemente estuviera amaneciendo. Eso es. Fue un sábado, me parece, porque el domingo quisiste que fuéramos al cine y yo no estuve. Había tenido que cumplir con las cosas de la familia. Había tenido que esconder los moretones con cuidado. No quería esconderlos. Estoy llorando desesperadamente. Con la misma desesperación que pedías más. Con el pesar de haber visitado otros cuerpos y no encotnrarme, no reconocerme en ninguno de esos ojos, de comprobar otra vez que esos brazos non son. De solicitar reemplazos entre susurros, de complacer cuerpos ignorantes para ver si hay en ellos alguna fibra. Descrubrirte en otra parte. Repasar en otros los gestos que te volvían barro entre mis dedos, los que me permitían apropiarte de tí. Despierta toda la noche, acomodándole estrellas en el pelo al hombre en turno, deseando que cuando despierten por fin me digas buenos días, quérmosolevantarmedetí. Mendigando un poquito de tí a los demás. Cómo me duele, doctor, cómo me duele que no puedas curarme. Cómo me sigue doliendo hoy justo hoy justo esta mañana. Se me acaba de escapar un grito. Un dolor, este agujero. Y tú, tú que estás con tu gente y que no te acuerdas. Tú que vas y vienes y te pones tu disfraz de ciudad. Eso es. Hace mucho que dejé de ser ciudad. Hace mucho que no tengo encima eso que yo era. ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas de cómo llegabas a los límites de mi ciudad y te arrodillabas? Nunca nadie vino con tanta devoción. Por eso te abría puertas y ventanas y todo era una fiesta. Pensé que éramos muy felices. Yo era muy feliz. Por eso hoy no. Por eso hoy tengo un recuerdo estúpido de tu voz y de tu todo eso que ya no está. Esa vez que me tomaste y nos marchamos a otra parte. Después nos tumbamos y cada quien se marchó a otra parte. Ya no quiero este agujero. Regrésame eso que te llevaste con una mordida furiosa. Me duele. Me duele todo, es como si me estuviera saliendo de mí por los ojos. ¿Sabes cómo? No creo. Anoche tuve fiebre, lo entiendo ahora. Desperté sobresaltada, con el cuerpo mojado, sin enteder qué había pasado. Era fiebre, las sábanas mojadas. La mancha que decía fiebre fiebre y yo sin entender. No quise comer. No quiero salir. Ayer me dijeron que me hacía falta salir. Ayer tuve tantas ganas de que fueras él. Tantas ganas de pedir un abrazo. Cuando lo recibí sentí una profunda vergüenza. No era. No lo quería. No estábamos