Mar 2, 2005

seis

Tengo miedo de la mujer de los ojos fríos y el rostro envejecido. No es vieja, pero ha tenido una vida difícil la pobre. Nunca la había visto entrar donde la italiana. Nunca había hablado con ella, aunque me parece que la conozco de sobra. La vemos en la calle, con sus botas rosas y los mechones de rubio sucio tapándole la frente, como los flecos de una colegiala que viene de jugar en el parque. Ayer me puso la mano en el hombro mientras yo miraba por la vitrina. La nieve estaba haciendo remolinos en la calle, bailando con las bufandas. Ese hombre podría estar en cualquier lado, me dijo. Su voz era un secreto. Te he mirado, lo he mirado a él. Tiene los pasos inciertos, la mirada viajera. Tú no. Eres fuerte. Enfrentas este frío que no te pertenece, tomas café cada que entras aquí pretendiendo que no quieres más que un café y no te importa no poder comprar también un pan. Mírate bien, esa fue una decisión. Tú pediste estar aquí, marcharte lejos. Caminas sola por las noches, fumas, te detienes a charlar con una hoja. Piensas que él también quiere estar aquí. Pobre niña con cabeza de muchacho. Crees que te besa igual ahora que has hecho un desastre con el pelo largo porque te ama. Lo cierto es que no se ha fijado. Podrías ser cualquier otra. Podría ser yo, yo incluso y no lo notaría. Él no ha pedido estar aquí. Déjalo de una vez.

Odio a la mujer de los ojos fríos.