Extraño esa capacidad que tenías de que todos los días fueran domingo.
Esa habilidad de que cada pelo del cuerpo cantara al unísono.
Extraño tu peso tranquilo y cansado, sus movimientos lentos.
Esa paciencia para retardar la entrega, alargar el final.
Extraño tus dedos expertos y callados que exploraban cada rincón.
Esa maestría para recorrer caminos de vino y queso.
Extraño esa sensación de confianza total, de estupidez amodorrada.
Esa capacidad para creerte y amarte y esperarte.