Nov 28, 2004

Aeropuerto

La última vez que la vi fue en un aeropuerto, sin querer. Ella no me vio y yo a ella sólo un instante. Suficiente para saber que era ella. Sentada en el piso, como acostumbraba hacer en casi cualquier parte cuando no había otro lugar donde sentarse. No podía estar mucho tiempo de pie cuando éramos jóvenes. Supongo que ahora sería todavía más difícil para su cuerpo permanecer parado. El mismo desparpajo para tumbarse en el piso. Estaba en una de esas posturas raras que parecen incómodas pero que en ella se antojaban fáciles. Miraba fijamente un libro que estaba en el suelo (él sí, desplomado sobre la alfombra grisazul) y lo leía como si no hubiera nada más. Como si no estuviera entreteniendo los minutos que la separaban de subirse al avión que la llevaría quién sabe a dónde. Era la sección de vuelos nacionales de un país que no era el suyo ni el mío. Yo estaba con mi mujer y fue imposible detenerme más tiempo, apenas disponíamos del tiempo suficiente para alcanzar nuestra conexión. Parecía ir sola, y sentí nostalgia. Tenía el cabello cansado, como si hubiera dormido en el vuelo previo, o como si se hubiera levantado tarde. Siempre se levantaba tarde. Por eso yo preparaba el café todas las mañanas. Los lentes no eran los mismos de pasta que empezaba a usar las últimas veces que nos habíamos visto. Sentí curiosidad por el título del libro que la ocupaba. No su vida, no el viaje que realizaba, no ninguna otra cosa. Sólo aquello que en ese momento merecía que sus ojos no advirtieran el ir y venir a su alrededor. Es cierto, sentí celos de aquella lectura que impidió que me mirara. ¿Habría sido capaz de reconocerme si no fuera por ese texto? ¿Habría querido saludarme, asentir al menos con la cabeza como ante alguien a quien vagamente se conoce? Habría sido justo que lo hiciera. También cruel. Había una mochila gastada. No un maletín como el que yo llevaba. No una cartera con logotipos como la de mi mujer. Una mochila que había viajado. Carajo. ¿Por qué no me detuve? Tuve ganas de ser yo quien la esperara en el aeropuerto de su destino. Tuve ganas de levantarla del suelo y llevarla al aeropuerto de mi destino, o a cualquier otro pero conmigo. Imposible. Mi mujer se impacientaba mientras yo alargaba los pasos en una última mirada a libro, mochila y mujer. Después Laura se largó a vivir el resto de mi vida sin ella.