Jul 19, 2004

Objetos.

Incapaz de volver a escribir tu nombre, me doy cuenta de que tampoco puedo pronunciarlo más. Se ha vuelto un vocablo ajeno, extraño, inservible. No me sirve ya para invocarte, para traerte a mí. No existe en estos labios. Me percato mientras intento contestar un correo electrónico insignificante. Cuando surges en una conversación y no atino más que a eludir, murmurar excusas y cambiar el tema. Todavía tienes objetos que me pertenecen. De las palabras y de las otras cosas que tienes y que me pertenecen no voy a escribir. Nadamás de los objetos esos que han vuelto a habitarme. Por fuerza y por promesa y no sé por qué razón. Libros y discos. Palabras y sonidos. Momentos todos. Porque los necesito de regreso, pero también porque no puedo permitir que acaben en un estante desconocido. Porque si los compartimos había una razón. Teníamos un librero común. Un espacio en donde guardar todas esas palabras que otros habían dicho mejor que nosotros. Hicimos un buen trabajo con los primeros inquilinos de esos estantes que nunca alcanzaron a existir. Tú tienes un nuevo proyecto, una nueva vida para amueblar. Yo estoy todavía empacando mis cosas. No puedo dejar nada atrás. No sé a dónde voy pero  quizás después no seré capaz de recuperarlo. Y no soporto la idea de que esos ojos que no conozco pero que tan hechiceros han resultado se posen algún día sobre mis líneas. Que los dedos que te recorren por las noches tomen las pastas gastadas y pasen las hojas que tu madre dobló. No puedo. Todo lo demás es tuyo.