Pienso en tí dos veces al día. Con disciplina.
La primera es en algún momento entre Dios y el reloj, en algún rincón entre la gratitud y la puntualidad matutina. Con los ojos cerrados. Saber que ya te levantaste y que debo prepar café, porción individual.
La segunda varía. Algunas veces por la noche, cuando arrastro los tacones hasta la puerta y pienso en las cosas que no voy a contarte. Otras veces te apareces en la risa de un estudiante, o en la conversación de alguien más, o entre las líneas de alguna cosa que estoy leyendo y que sólo tú entenderías.
Pero son dos y eso me consuela. Pensarte dos veces al día nadamás. Con límite de tiempo