Oct 23, 2004

Resistencia al dolor

No es que no me duela. Eso sería una mentira. Es nadamás que ya no me importa. El dolor ha dejado de ocupar la escena. Existe, está ahí, pero lo he sentado en un rincón. Entiendo que no se va a quitar. No es un gripa, claro. Pero he optado por empezar a ignorarlo. He optado por cederle un cachito de mi vida, para poder vivir el resto. Entonces me acompaña, discreto, colgado de una oreja. A veces ni se nota casi. Como mi cicatriz en la ceja. Tan vistosa al principio, cuando todavía el hilo morado y luego la piel sin vello. Después me cambié de lado el apartado y se escondía bajo el fleco adolescente. Un día me dejó de importar. Y entonces todos la ignoraron. Nadie volvió a hablar nunca de ella. Hasta que yo lo decido de repente, como quien se acuerda de algo que le sucedió a alguien más y hablo de ella, la cicatriz. Así ha empezado a sucederme. Sigues ahí, con el dolor. Los recuerdos todavía perduran, ¿te das cuenta? (Te das cuenta. No ha pasado un día sin que yo escriba sobre esto.) Pero lo hacen boca abajo. Como los portarretratos que se voltean para no mirarlos. No se han marchado, no se han alterado las fotografías. Nadamás no se las mira. Igual yo. Tu cuerpo sigue ahí, sigues diciéndole palabras a ella, escuchando tu música, subiéndote al metro, escribiendo cosas. Pero yo ya no lo imagino con el deseo de acercarme a la realidad. Ahora imagino lo que se me da la gana y ya. Me tomo una aspirina y el dolor se hace a un lado. No se cura, pero se aleja. Igual tú. Ya lo sé que así no voy a curarme de tí, pero necesito seguir viviendo. Y si la dolencia no se va a marchar, no importa, pero que no me estorbe. Entonces escribo, y se llena todo de analgesia.