Jul 16, 2004

Como los corpiños.

No te atreviste a decírmelo ese día. Ni esa noche ni en ese auto ni por esos teléfonos. No te atreviste ni siquiera a escribirlo. Pero lo pensaste. Lo pensaste cuando me desahucié en la puerta de tu casa. Cuando diagnostiqué que me quedaba toda una vida sin el amor de mi vida. Como sin un riñón. Claro, no me iba a morir. Claro, sin un riñón, sin tí, se puede vivir.  ¿Pero se puede vivir? No me dijiste nada. Pensabas de seguro todavía en la película esa a la que entramos tarde y que yo no quería ver. Pensabas en que no habíamos comprado vino por mi culpa, por lo tonta que soy. Pensabas en el primer cheque que te acababan de pagar. Pensabas en las palomitas y en que  por fin te habían pedido que te lavaras para la cirugía y en tantas otras cosas. Y sé que también pensaste en el capítulo 93, y que mentalmente me auguraste un buen pronóstico y repetiste para tí mientras buscabas un pañuelo en la cajuela de tu auto estacionado frente al mío: "Claro que te curarás, porque vivís en la salud, después de mí será cualquier otro, eso se cambia como los corpiños". Pero no lo dijiste. No lo dijiste porque sabes que no es bueno prometer. Porque tu oficio es el de las malas noticias que disfrazan aciertos azarosos. El de las palabras prudentes que no deben dar esperanzas. ¿Por qué entonces me regalaste tantas alas antes? Se te olvidó desconectar al cuerpo después de haber matado al corazón.